La extensión de la cuarentena durante un período tan prologado obliga a replantear la disyuntiva entre salud y producción.
No es cierto que se trata de un pensamiento inhumano. Valga en este sentido el ejemplo tan reiterado en estos días entre los accidentes de tránsito y el uso del transporte automotor. Nadie plantea hoy que debe suprimirse el transporte automotor para evitar los accidentes. Siempre hay una consideración de la relación costo-beneficio. Si bien desde el propio sector asegurador se estudia aplicar políticas cada vez más activas para educar a conductores y transeúntes, además del desarrollo de automotores más seguros y mejores rutas y calles, la opción de suprimir el tráfico no está presente. Sólo quizás por corto plazo y en un trayecto acotado.
Frente a la pandemia, la opción entre producción y salud puede llevar a dar absoluta prioridad a esta última durante un breve período. Luego deben empezar a considerarse obligatoriamente los costos de afectar severamente la producción. En este sentido, no es una crueldad considerar la situación económica. Es obvio que, para una economía destruida y quebrada como recibió el actual gobierno, los costos de interrumpir la producción en términos de pobreza y hambre son mucho mayores que en una economía floreciente, con abultadas reservas y una moneda fuerte.
Ello no implica subestimar la pandemia como hicieron algunas economías (incluso poderosas) que acumularon elevados costos en términos de vidas y se enfrentan a una aceleración de los contagios y a rebrotes difíciles de controlar. Pero hay variantes intermedias.
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