Una crisis que no cesa

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Desde el gobierno afirmaron que hace ya cinco meses que los indicadores económicos vienen mejorando. Sin duda. Pasaron de ser muy malos durante todo el año pasado a solamente malos en el primer trimestre de este año. En abril, el estimador mensual de actividad económica elaborado por el INDEC tuvo un aumento del 0,9% simplemente por el peso de la cosecha sobre el indicador, sin que se notara reacción en los demás sectores. En mayo ya se notó una leve mejora, más generalizada, con una suba del nivel de actividad desestacionalizado del 0,2% respecto a abril.

Esta débil reacción va respondiendo al plan económico electoral. Este consiste en medidas de corto plazo dirigidas a reactivar el consumo. Tiene un parecido con el de mediados de 2017, aunque este último era más significativo porque implicaba más gasto en obra pública. Es notable que el gobierno, a la hora de mejorar el escenario, apele a estímulos que sistemáticamente cuestionó: el consumo y la obra pública. Había proclamado que el impulso debía provenir de la inversión privada nacional y particularmente extranjera. Pero como la lluvia de dólares se postergó sistemáticamente, apeló a los instrumentos que siempre cuestionó para mejorar el clima electoral.

Nuevamente desde los sectores afines al modelo se afirma que finalmente comienza la recuperación económica y, como ya se construyeron los pilares para un crecimiento sobre bases sólidas, la crisis va quedando atrás.

No es la primera vez que se tejen estas fantasías. Se anunciaba crecimiento desde el comienzo de la gestión, pero en lugar de ello se produjo una profunda recesión. Luego se afirmó que la recuperación iba a llegar al comenzar el segundo semestre, pero sólo empezó a insinuarse desde fines de 2016. Las bases sólidas que permitirían crecer 20 años comenzaron a debilitarse poco después de las elecciones de 2017, aunque se llegó a afirmar en marzo de 2018 que “lo peor ya pasó”.

En ese momento -cuando la economía apenas había recuperado lo que perdió en 2016- salieron a la luz las distorsiones del programa económico y estalló una gigantesca crisis externa que exigió un apoyo sin precedentes del FMI, que incluso debió reforzarse sustancialmente a poco de firmado para evitar una cesación de pagos.

El actual modelo económico es claramente recesivo. La caída de la actividad económica es su estado natural. La recuperación es siempre artificial y precaria.

Si el gobierno anterior dejó de herencia una poderosa bomba de dinamita, el nuevo gobierno, además de ignorarla -acentuando todos los desequilibrios que recibió-, la hizo explotar, dejando que la sociedad sufriera todo el impacto. Pero lo más grave es que no deja de herencia otra bomba de dinamita, sino que deja una bomba atómica.

Argentina hoy es una de las economías más vulnerables del planeta. De lejos, la de peor desempeño en América Latina, en todo sentido, con la única excepción de Venezuela (la peor economía del planeta).

La situación fiscal es mucho peor que en 2015 porque, si bien se está alcanzando penosamente un equilibrio primario de las cuentas públicas, crecieron sustancialmente el déficit financiero del Tesoro y el déficit cuasifiscal, que son mucho más difíciles de atacar. El tipo de cambio vuelve a estar atrasado por el oneroso congelamiento durante este año. En tanto, la sustentabilidad de la deuda es baja como lo reconoce, pese a su incondicional apoyo político, el FMI. Las tarifas estaban muy atrasadas, pero ahora están por contrato dolarizadas, haciendo muy difícil mejorar el tipo de cambio real, como exige la difícil situación del sector externo. La presión fiscal no bajó y, sumada al gigantesco aumento de las tarifas y la depresión del mercado interno, dejó sin competitividad a gran parte del sector productivo. También disminuyeron los subsidios a las empresas de servicios públicos, pero creció más aun el subsidio a los bancos para que inmovilicen el dinero. Por su parte, el nivel de tasas de interés que resultan hoy necesarias para evitar una nueva corrida cambiaria son insostenibles si se quiere evitar que continúe el masivo cierre de empresas. Además, el mercado interno está destruido, y la desocupación y la pobreza crecieron. Se advierte que los precios relativos están completamente desalineados para hacer posible el crecimiento. En definitiva, el ajuste necesario para que la economía arranque hoy luce mayor al que debía aplicarse a fines de 2015.